jueves, 18 de agosto de 2011

LA MOSCA (1986): LA MEJOR PELÍCULA DE TODOS LOS TIEMPOS

Este artículo también fue publicado en la revista digital Terrorifilo.com.


La Mosca (The Fly, 1986) es mi película favorita. Por ende, no puedo ser imparcial en mi análisis de esta obra maestra de David Cronenberg. Recuerdo haber visto el film cuando tenía unos 4 años. De hecho, el primer vívido recuerdo que tengo es estar sentado frente a la TV viendo cómo Seth Brundle, cada vez más cerca de ser Brundlefly, es captado por Veronica con una cámara VHS mientras se alimenta como el insecto del cual porta los genes. Mi papá y mi mamá ponían cara de asco ante la escena y mi hermana se tapaba la cara con ambas manos gritando y rogando que cambiáramos de canal.

Más de 20 años después, puedo decir que lo primero que me atrajo del film fueron justamente ese tipo de escenas: el grotesco gore y el maravilloso trabajo de maquillaje fueron para mí la puerta de entrada al mundo del cine de terror y la ciencia ficción.

Hoy, si bien me siguen atrayendo esos elementos, no los considero los únicos que explican mi fascinación por el film. Creo que esta película es realmente una obra maestra sobre un complejo drama relacionado con temas básicos que afectan el alma humana. Y este pequeño análisis se propone echar un poco de luz acerca de cómo el film trata dichos temas.

En primer lugar, una breve descripción contextual. David Cronenberg ya era considerado un gran director de cine de horror, aunque, a decir verdad, el reconocimiento provenía más del mundo de la crítica que de los resultados de la taquilla. De hecho, previo a La Mosca Cronenberg había dirigido un film muy personal y mágicamente críptico, Videodrome (1983), que había desembocado en un tremendo fracaso en las boleterías, y una obra de suspenso bien recibida por críticos y mucho mejor por los espectadores que en ese momento le había servido al director como run for cover: La Zona Muerta (The Dead Zone, 1983), basada en un libro del prolífico Stephen King. Cronenberg se encontraba en un dilema: volcarse a un cine tan personal como el de Videodrome con el riesgo de poner en jaque la financiación de un proyecto de ese estilo; o bien dedicarse a algún que otro guión por encargo que le dejara un buen dinero. Pero el canadiense no es un cineasta caracterizado por cejar en sus intenciones de imprimir un sello autoral a sus obras.

En aquel momento, había comenzado a circular en Hollywood un guión escrito por Charles Edward Pogue, escritor estadounidense, basado en un cuento propio: La Mosca. El mayor interesado en llevar a cabo el proyecto fue el productor Stuart Cornfeld, otrora productor de El Hombre Elefante (The Elephant Man, 1980), film clarísimamente vinculado a La Mosca versión Cronenberg. La idea de Cornfeld fue proponer al bueno de David y llevar adelante una remake de la película de 1958 protagonizada por Vincent Price bajo la temática slasher, tan de moda en aquel momento. Cronenberg accedió a participar, pero acordó con los productores reescribir el guión manteniendo como coguionista a Pogue.

La inclusión de Cronenberg en el proyecto es fundamental porque su reescritura le daría al guión un giro de 180 grados. Tomando una estructura dramática extremadamente simple –pocos personajes, escasas locaciones–, abordó una historia desoladora acerca del sufrimiento de un hombre por la mujer que ama. Logró construir una magnánima historia romántica bajo el formato de un cuento de terror. Fue capaz de unir un conflicto muy complejo con una historia extremadamente simple. La Mosca no es nada más –y nada menos– que una tragedia en clave de terror.

Hay dos elementos que considero fundamentales y funcionales a la trama principal de esta tragedia: la música y el gore.

En cuanto a la banda sonora original, compuesta por Howard Shore –asiduo colaborador de Cronenberg–, tiene un tono claramente operístico. Esto sin duda tiene que ver con una directiva del propio Cronenberg, quien tenía muy en claro qué tipo de historia quería contar. La música se oye poderosa, a contramano de la simpleza de la historia pero a tono con el drama humano que es el eje del film. Los acordes irrumpen con una fuerza impresionante en los momentos dramáticamente más relevantes.

Con respecto a las escenas gore, el propio Cronenberg alguna vez ha hecho referencia a ellas. En muchas ocasiones, consultado acerca del nivel de violencia mostrado en sus films, el director ha declarado estar en franco desacuerdo para con quienes lo acusan de ser un cineasta violento. Porque la violencia y el gore en el cine de Cronenberg no son la temática principal sino elementos funcionales a la trama. La idea que subyace no es la mostración de la destrucción física per se sino más bien en función de los conflictos internos de los personajes. Y esto puede advertirse patentemente en La Mosca. Así, las escenas gore son contadas con los dedos de la mano. Tal es el caso de la pulseada en el bar entre Seth y el extraño que acompaña a la mujer con la cual Brundle desea satisfacer sus más bajos instintos. Dicha escena ocurre recién a los 45 minutos de la película. A partir de allí, llegará la transformación de Seth en Brundlefly, que sin embargo se ocultará para revelarse recién en los últimos 30 minutos del film. Aún más, el gore más puro llegará recién al final, con la escena de la amputación de Stathis Borans.

Lo que ocurre con La Mosca, y en general con el cine de David Cronenberg, es que la violencia y lo repugnante son explicitados de manera seca, dura, fría, cortante –como también ocurre con el cine de John Carpenter, por ejemplo–, por lo que es imposible que se genere una sensación cercana al absurdo o la comedia a través de esas escenas –recordemos que, según Sam Raimi, hay una línea muy fina entre el horror y la comedia. La destrucción de los cuerpos en La Mosca está lejos del sufrimiento de los personajes para el goce morboso del espectador, como ocurre en el subgénero del torture porn. Más bien, permite que el espectador se acerque al sufrimiento y desolación del científico Brundle y todos los que lo rodean. De hecho, en La Mosca hay una especie de duelo por la destrucción física; es el caso del ‘Museo de Historia Natural Brundle’, una colección de miembros corporales que Seth guarda en su botiquín y que funciona como el recuerdo de un cuerpo –el propio– que supo ser pero ya no es y nunca volverá a ser.

Ahora bien, esta destrucción del cuerpo de Seth no es producto de la acción de un rival concreto, ni siquiera del azar. Se trata nada menos que la consecuencia de la exageración de las pasiones del propio Brundle. Hay que recordar el primer punto de giro de la trama que es nada menos que cuando Seth ingresa al telepod como sujeto experimental y la mosca se infiltra con él. Pensemos en la escena anterior: Seth se encuentra con Stathis, antigua pareja de Veronica. Seth cree que todavía hay algo entre ellos. De ahí su necesidad de demostrar –y demostrarse– que es más que Stathis –otro hombre de ciencia como él– exponiéndose a su propio experimento. La ambición por demostrar en esa acción su amor a Veronica lo lleva a un punto sin retorno: Seth ha dejado de ser; nace Brundlefly.

Por ello decíamos que La Mosca es un cuento de terror trágico. La figura de Seth entra en juego con la del héroe trágico griego. El desborde de las pasiones de Brundle implica la alteración del orden de las cosas.

Lo más interesante del film no es este hecho en sí, inherente a todo relato trágico, sino el vínculo entre Seth y Veronica. Ya sabemos qué le ocurrirá a Seth; pero no sabemos cómo va a reaccionar Veronica. En un primer momento, Seth trata de aislarse de forma de evitar un daño mayor para ambos. Sin embargo, Veronica no se da por vencida y, aún presenciando la monstruosidad de Brundlefly en persona, decide continuar adelante con la relación. Es interesante destacar en este punto que Cronenberg rodó la película en un momento anímico muy particular: su padre había muerto recientemente víctima de un cáncer letal –de ahí que Brundle denomine a su mutación como un ‘cáncer creativo’– y la madre de Cronenberg lo había acompañado hasta el último instante estoicamente. En este sentido, la relación entre Seth y Veronica viene a ser un homenaje a la trágica relación de los padres del director.

Jeff Goldblum y Geena Davis brindan las mejores actuaciones de su carrera como una pareja en camino de extinción. Y este es el aspecto más desolador del film: Seth ha encontrado el verdadero amor, pero ese vínculo está condenado a morir. Brundle ha vivido en soledad –recordemos el inicio del film, donde el protagonista se muestra como un inepto total con las mujeres, o el lugar donde vive, una fábrica aislada y abandonada– y morirá para quedar en soledad una vez más. El idilio de una vida junto a su pareja se interrumpe por la inevitabilidad biológica producto del desborde de las pasiones del protagonista. Es un caso similar al de Hellraiser (1987), enorme cuento de horror de Clive Barker, donde la relación de Frank y Julia sólo puede terminar trágicamente producto de su amor imposible –Frank es el cuñado de Julia– y los excesos en la búsqueda del placer terrenal por parte de Frank. Pero lo que en Hellraiser es posible trascendentalmente –en las profundidades del infierno, pero trascendentalmente al fin–, para Seth y Veronica muere en este mundo.

La genialidad de Cronenberg en La Mosca reside precisamente en la unión entre las pasiones humanas y la biología. Ámbitos aparentemente separados, el cineasta canadiense los fusiona para construir un relato trágico en el que presenciamos el sufrimiento y la decepción de un hombre que ha comprendido que su destino –palabra tan cara para los griegos– es estar solo por siempre.

Un párrafo aparte merece el plano final del film. Si falta alguna comprobación de la idea general expresada anteriormente es justamente este último plano. Allí están Veronica, rompiendo en llanto luego de terminar con la vida de Brundlefly, y Stathis, amputado y conmocionado. Veronica lleva una marca emocional permanente; Stathis lleva una marca física irreversible. Lo interno y lo externo; el alma y el cuerpo; la razón y la ciencia. Y entre medio de ellos, el cuerpo reventado de Brundlefly, la combinación perfecta de esos dos estados.

Hay una luz de esperanza: Brundlefly no ha dejado del todo de ser Seth. En ese acto final en el que el monstruo levanta la escopeta que carga Veronica, la apunta a su propia cabeza y la mira con esos ojos tan grandes como tristes –imposible evitar las lágrimas al visualizar la escena–, hay un dejo de voluntad humana aún latente en Brundlefly. Casi como si Cronenberg quisiera decirnos que, después de tanta música operística, tanto gore, tanto llanto y tanta angustia, la lección sigue siendo que mientras nos quede algo propiamente humano, siempre será posible el amor.

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