miércoles, 24 de agosto de 2011

HELLRAISER (1987): TE VERÉ EN EL INFIERNO, AMADA MÍA

“¿Por qué en el viaje triste y desolado,

Que en mi existencia solitario sigo,

Siempre ha de ser presente mi pasado

Y ha de estar este amor siempre conmigo?”

“Olvídate de Mí” – Pedro Bonifacio Palacios (Almafuerte)


Como buen amante del cine de terror, no podía dejar de reseñar esta película. Se trata de otro de los gratos recuerdos de mi infancia. Tal vez no tan importante como La Mosca, pero sin duda es un film que me marcó.

Hellraiser (1987) es nada menos que la ópera prima de Clive Barker, un escritor inglés devenido en director de cine y, un poco más acá en el tiempo, pintor y escultor. Personalmente, es un autor que me encanta. Llegué a sus escritos hace apenas unos años y realmente me atraparon. Siento una profunda afición por sus obras, mucho más que por escritores de horror contemporáneos mucho más conocidos como es el caso de Stephen King.

Es cierto que algunos efectos especiales del film han quedado un poco avejentados –aunque no por eso se ven mal– y que varias de las escenas hoy pueden pasar algo desapercibidas frente a lo explícito de películas como las del subgénero torture porn. Sin embargo, hay que tener en cuenta el contexto en el cual se dio a conocer Hellraiser.

Durante la segunda mitad de la década de los ’80, el cine de horror se encontraba en una encrucijada. Por un lado, proliferaban los films de tipo slasher, monótonos y llenos de los clichés que el mismo subgénero había creado, pero que se encontraba visiblemente agotado. Por el otro, las zombie films, también con visibles signos de un agotamiento aún mayor que las slasher.

En medio de este delicado panorama, se sostenían algunos cineastas como John Carpenter o David Cronenberg –aunque a fines de los ’80 este último se volcó a un cine de corte más dramático–fantástico. El cine de estos referentes del terror era de tipo más autoral, más personal. Esto los acercó a la crítica pero los alejó de la taquilla. Y si bien tomaban muchos de los ingredientes tradicionales del género, la maquinaria comercial siempre busca invertir el dinero en donde es más rentable. Para comprobar esto, alcanza con remitirse al propio Carpenter, a quien le costaba muchísimo lograr financiamiento para sus proyectos, a pesar de ser un director que siempre manejó presupuestos bajos. De hecho, alguna vez llegó a declarar que en su país siempre fue considerado un vagabundo. Un par de décadas después, ya convertidos en directores de culto, la historia demostró que no estaban tan errados en lo que hacían.

Así, en 1987 aparece en escena Clive Barker con su criatura, Hellraiser. Adaptación de una novela del propio Barker, The Hellbound Heart (El Corazón Condenado), el film cuenta la historia de la familia Cotton: Larry, un padre bonachón, su esposa Julia y su hija Kirsty se mudan a una casa que alguna vez perteneció al hermano de Larry, Frank, desaparecido hace ya un tiempo. Ahora bien, la casa oculta un oscuro y macabro secreto: el espíritu de Frank todavía reside en la casa. Julia, quien tuvo un apasionado amorío con Frank días antes de casarse con Larry, descubrirá el secreto y ayudará a Frank a volver a ser un hombre de carne y hueso para consumar su amor definitivamente. Claro que el proceso de volver a la vida será bastante doloroso –en todos los sentidos– tanto para Frank como para Julia, y las consecuencias no serán nada agradables.

Como puede verse, la trama incluye varios de los clichés de las películas del género: una familia que se muda a una casa aparentemente abandonada para descubrir que las cosas no son lo que parecen. Pero a partir de este lugar común, Barker logra construir un cuento de horror realmente interesante sostenido por personajes complejos y una visión del infierno y el mal pocas veces retratada en el cine de tal manera.

Sin duda, los personajes más ricos son los de Julia y Frank. Julia se siente encerrada en la cotidianeidad de su matrimonio con Larry, un tipo frágil, enclenque, con un sentido del humor no muy interesante. Es un alma compungida, fría en sus expresiones, escéptica acerca del futuro. Es, al mismo tiempo, romántica, deseosa de la vuelta de un pasado que la vio junto a Frank, pero al cual cada vez cree menos posible. Hay un claro impedimento inmediato de tipo legal –su matrimonio con Larry– y también uno de tipo físico –Frank ha desaparecido y su personalidad no garantiza un pronto retorno.

Por su parte, Frank es un nihilista recalcitrante, hedonista como pocos. Dedicó su vida a la exaltación de los modos de vida más distanciados de cualquier orden moral concebible. Tráfico de heroína, alcohol, robo, promiscuidad sexual: todos ingredientes de la vida de Frank, nada más alejado de su hermano Larry. Todo ello llevó a Frank a buscar el placer fuera del mundo terrenal. Así se topó con la Caja de Lemarchand, un extraño artefacto en forma de cubo que sería su acceso a un mundo de placer y goce nunca antes imaginado. Pero el exceso y ansia de Frank por el placer será su perdición, pues también se encontrará atrapado. Queda prisionero en un extraño mundo dominado por unos misteriosos seres llamados Cenobitas.

El reencuentro de Julia y Frank –recordemos su breve affaire años antes– no sólo implica el comienzo de una reconstitución de lo que Frank fue alguna vez, sino también la transformación definitiva de Julia en un ser despreciable, capaz de cualquier cosa con tal de lograr su cometido de volver con su antiguo amante. Es el reencuentro de dos almas gemelas atrapadas, la unión de lo material con lo inmaterial, de nuestro mundo, inmediato, con un mundo trascendental que aloja los deseos más profundos y perversos del ser humano.

Esto puede verse de forma más patente en el comienzo de la materialización de Frank. Cuando Larry se corta la mano y su sangre se derrama, es absorbida por el espíritu de Frank, quien entonces tiene la posibilidad de buscar ser un hombre otra vez. Es un bautismo que funciona para Frank como puente entre la salida del mundo de los Cenobitas y la entrada al mundo material de Julia. En términos bíblicos, la sangre de Larry es para Frank la sangre del Cordero, la sangre de la Vida. De esta forma, Larry da comienzo a su sacrificio en pos de la materialización de Frank, que será completada al final con el sacrificio definitivo de Larry –como Abel en manos de Caín, para seguir con las alegorías bíblicas.

La transformación de Frank no sólo es interesante por lo espectacular en términos cinematográficos, sino que también marca una pauta que creo central para la película en sí: Hellraiser es un desfile de cuerpos –como gran parte de la obra de Barker. Hay una afición por captar manos, piel, sangre, fluidos corporales. Aún más, los seres infernales –como ese monstruo que aparece detrás de la pared del hospital– son organismos antropomorfos. Los mismos Cenobitas visten ropas de cuero que permiten exhibir determinadas partes del cuerpo. En el libro esto es mucho más claro. En cada página se nos habla sobre alguna parte del cuerpo o bien del efecto de una sensación determinada –placer, dolor, curiosidad, ansiedad, miedo– en el cuerpo.

Hellraiser habla sobre el cuerpo humano porque parte de la idea de que hemos perdido contacto con nuestros cuerpos. Y el ejemplo más visible de esto a lo largo del film es el caso de Frank. Ha sido despojado de toda su materialidad. Tiene una conciencia –puesto que si no, no sería posible que se propusiera volver a materializarse– pero está incompleto.

Aquel éter en el que se encuentra aprisionado lo ha separado de su materialidad y le impide reconocerse como hombre. De ahí que le sea imperioso nutrirse de la sangre y los cuerpos de hombres ‘completos’ para poder ser partícipe de este mundo. Los Cenobitas son un ejemplo adicional de esta idea: son seres con rasgos humanoides pero no identificables como humanos ‘completos’. Les falta algo: están gravemente mutilados o bien tienen algún defecto que los aleja de la concepción ‘estándar’ de ser humano –vale recordar al Cenobita femenino, por ejemplo, que no llega a ser femenino del todo pues tiene una voz masculinizada.

Pero, sin embargo, esto no es lo más relevante, puesto que Frank necesita materializarse pero no se lo propone como su fin último. Su meta principal es volver a los brazos de Julia. Es decir, Frank no estará completo si no vuelve a experimentar el amor con su amada. Sólo de esa manera podrá resucitar el pasado –o mejor dicho, las sensaciones del pasado– para volver a ser el hombre que fue. Frank es un alma torturada –citando el título de otra de las grandes obras de Clive Barker– no porque esté encerrado en ese éter sino porque siente que estará solo hasta el fin de los tiempos, porque su destino es una eternidad de soledad, de dolor. Y recordemos que para los Cenobitas el dolor corre paralelo al placer, aquello que tanto ansiaba Frank en un primer momento. El infierno de Frank es nada más y nada menos que una eternidad de soledad, de frustración, de decepción.

Claro que luego, en su afán de escapar de los dueños de la Caja, Frank cometerá todo tipo de atrocidades que resultarán en la muerte de Larry y Julia y su enfrentamiento final con Kirsty, quien lo delatará a los Cenobitas, los que se encargarán de “despedazar su alma”. Después de todo, el Frank hombre nunca pudo escapar de su naturaleza impulsiva y llena de agresión. Aunque, pensándolo mejor, probablemente allí también estará Julia y, en ese infierno de soledad y tristeza, finalmente puedan reencontrarse.


Ni el mismo Lemmy se pudo resistir al encanto de Hellraiser. Este es el tema original de Hellraiser III: Hell on Earth (1992). Atentos que hay varias imágenes asquerosas, pero es Motorhead!!!

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