domingo, 25 de diciembre de 2011

CHRISTINE (1983): MI PASADO ME CONDENA

Artículo originalmente publicado en la revista digital Terrorifilo.com.

Para un fanático del cine de terror –y del cine en general–, John Carpenter es sinónimo de buen cine. Pocos directores han sabido mantenerse tan ajenos a los vaivenes de una industria más preocupada por vender un producto que por contar buenas historias. Aún más, la filmografía de este cineasta neoyorquino es de las más coherentes de su generación. Carpenter siempre se mantiene fiel a su ideología y principios estéticos, sin importarle los resultados de crítica –en general muy buenos– y público –a veces no tan buenos.

En 1983, el director venía de dirigir lo que ya es un clásico inigualable del cine de terror, La Cosa (1982). Ya instalado como un maestro del género, llegó a sus manos un guión basado en una novela de otro maestro, Stephen King. Para ese momento, King era tan famoso gracias a sus escritos que la novela no había sido publicada todavía cuando los productores dieron luz verde al proyecto. Así nació Christine (1983), el encuentro de dos genios en el auge de su carrera.

Y la película no decepciona. Valiéndose de recursos típicos del cine de Carpenter como son actores desconocidos, escasas locaciones, una imponente banda sonora y un muy bajo presupuesto, se trata de otro cuento de terror de la factoría Carpenter.

Sin embargo, Christine es también un filme adelantado a su tiempo. Es una lección de cómo hablar sobre nuestra sociedad sin hacerlo explícitamente, metodología de la que se nutrirá el mejor cine de género de los ‘80.

Porque Christine está repleta de marcas autorales ‘carpenterianas’, no sólo desde la puesta en escena –la lucha casi inútil contra un mal abstracto, incorpóreo, cuyo origen nunca conocemos; la violencia en los diálogos; hechos oscuros y macabros que estallan en medio de un ambiente supuestamente pacífico e idílico–, sino también desde lo combativo del subtexto.

Mientras la sociedad estadounidense comenzaba la era Reagan, cuando los ultraconservadores velaban por la vuelta y reivindicación de los valores familiares de la época del sueño americano, Carpenter les da una trompada seca, milimétrica y furiosa en el rostro para advertirnos acerca de los peligros de esa moralina discursiva y superficial.

¿Qué es Christine sino una metáfora sobre un pasado –los años ’50– que acecha a aquellos que deben construir el futuro? Aún más, ¿no se trata de seres humanos que no logran ver lo horroroso y diabólico escondido debajo de lo que creen hermoso e inofensivo?

Como tantas otras veces, Carpenter hace gala de su capacidad de operación del aparato cinematográfico para crear climas que ayuden a contar una bella historia de terror. Y como en las mejores de estas historias, nos conecta con nuestras más oscuras sensaciones, aquellas que creemos haber olvidado pero que vuelven para acecharnos.

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