lunes, 26 de diciembre de 2011

EL ESTUDIANTE (2011): UN MILLÓN DE MIRADAS Y DOS ASADOS

Una serie de reflexiones sobre la mejor película de 2011.

Tuve la oportunidad de volver a ver El Estudiante (2011) hace un par de días. El segundo visionado de una película suele tener para mí un valor clave. Dado que ya estoy al tanto de la línea argumental, me puedo concentrar en la puesta en escena, las referencias cinéfilas, algunas escenas particulares que me hayan gustado la primera vez que vi el filme, y demás.

Las siguientes líneas tratan sobre pensamientos que fueron surgiendo algo desordenadamente durante ese segundo visionado. Algunas horas después comencé a unirlos y me convencí finalmente de que, para quien escribe, y teniendo en cuenta que no vi tantos filmes como hubiera querido, El Estudiante es la mejor película del año.

El Estudiante tuvo un exitoso paso por el BAFICI 2011 –donde obtuvo el Premio del Jurado– y por unas pocas salas comerciales –al día de hoy, la película ha convocado casi 25.000 espectadores, una cifra excelente, a pesar de que no tiene lugar en las salas más importantes, debido a que fue producida de manera independiente, ‘por fuera’ del INCAA, lo cual la condicionó al momento de obtener la calificación del Instituto y poder así estrenarse normalmente.

Hay un prejuicio muy grande en la sociedad argentina frente al cine nacional. Lamentablemente, sigue habiendo una parte importante de los espectadores que no se interesan en lo más mínimo por las producciones locales.

Muchas veces, esto tiene cierto sustento en la falta de originalidad en el guión de muchas de las propuestas así como también una cierta tendencia –por momentos exacerbada, a mi gusto– por generar un cine más apto para los festivales internacionales que para la cartelera vernácula.

Confieso que cuando comencé a escuchar a la crítica especializada hablar sobre El Estudiante, me contagié un poco de ese prejuicio y no le dediqué mayor atención a lo que en ese momento consideré una película argentina más. Sin embargo, a medida que me iba interiorizando en la sinopsis del filme así como la filmografía de su director y actores, el hecho de que tenía una banca muy importante de Pablo Trapero y los pormenores de su realización, decidí que era una cinta a tener en cuenta al momento de su estreno.

Meses después, cuando finalmente llegó al cine del Centro Cultural San Martín –¡cómo costó conseguir entrada!– confirmé que la espera no había sido en vano y que estaba en presencia de una de las mejores películas argentinas de los últimos años.

El filme tiene una gran calidad narrativa, con un ritmo envidiable, milimétricamente calculado, con un guión de hierro, donde las palabras y los gestos están cuidados al extremo, y con actuaciones espectaculares que hacen que uno se pregunte, por ejemplo, qué hacía Esteban Lamothe –el protagonista– filmando publicidades de agua saborizada en lugar de películas.

El relato gira en torno a la historia de Roque Espinosa, un joven del interior que llega a la ciudad de Buenos Aires para cursar –por enésima vez– una carrera universitaria. Sin embargo, desde el primer instante podemos advertir que a Roque no le interesa tanto la vida académica sino el sexo opuesto. Pero con el correr del metraje, Roque se irá involucrando con Paula, una bonita joven que lidera Brecha, una agrupación política, y así empezará a darse cuenta de que tiene una gran capacidad para desenvolverse en el ámbito político universitario.

Los críticos especializados suelen comenzar sus reseñas refiriéndose a El Estudiante como el relato de un rito iniciático. Si bien no estoy en desacuerdo, creo que es posible hablar no sólo de una iniciación sino también de una confirmación. Si bien es claro que Roque no está inmerso en el mundo de la política universitaria, se nota que tiene algunos conocimientos y opiniones sobre esta disciplina –aunque muy básicos, los tiene, y se muestra firme al expresarlos.

En este sentido, si bien el relato se apoya en la iniciación de Roque en la política y su funcionamiento, el filme también nos muestra a una persona que se comporta como un político aún cuando no hace política. Así, vemos a Roque seduciendo mujeres con sus palabras y movimientos. Es inteligente, metódico, puntilloso en sus acciones, paciente, calculador, previsor. Esta parsimonia se nota en su forma de hablar: nunca alza la voz, nunca se enoja –de hecho, por más que la película tiene varios puntos de tensión, Roque sólo se enfurece en un momento, y no es por una cuestión política sino puramente amorosa.

Roque conoce a las personas porque las observa. Las mira todo el tiempo, no deja de clavarles los ojos. Mira cómo se mueven, cómo se comportan con lo que y con quienes los rodean. Los sigue, se pega a ellos. Y a partir de allí, comienza a elaborar su estrategia. Por eso, El Estudiante no sólo muestra la iniciación de Roque en la política sino que lo confirma como un seductor, aspecto clave al momento de hacer política.

De ahí que El Estudiante sea una película sobre miradas. Por eso predominan los planos medios cortos y primeros planos, los planos en teleobjetivo que permiten acercarnos a los rostros de los personajes. La cámara es como la mirada de Roque, que intenta penetrar en lo más profundo del prójimo de forma de poder conocer sus últimas intenciones. Así tal vez Roque simbolice también esa idea baziniana del cine como instrumento capaz de encontrar la esencia misma de aquello que miramos.

Hay dos escenas en particular que llamaron mi atención, y en las dos el contexto es el mismo. Me refiero a las escenas del asado en la quinta de Acevedo y el asado en la casa de Valeria, la ‘amigovia’ de Roque. En la primera, vemos una reunión clave entre Roque y sus nuevos compañeros de Brecha junto al viejo líder universitario, quienes además reciben la visita de Hipólito, un amigo de Acevedo que también resulta ser un animal político. En el segundo asado, bastante cercano en cuanto al metraje, vemos a Roque, Valeria y Horacio, el padre de la chica, en una cena casi familiar en el fondo de su vieja casa de Avellaneda.

Ahora bien, algo que me llamó la atención de estos dos momentos es la puesta en escena. Mientras que el asado en la quinta de Acevedo transcurre de día, la cena familiar de Roque con su familia ‘adoptiva’ se da durante la noche. No hay nada raro en disfrutar de un asado de día o de noche, pero sí es extraño en el contexto de El Estudiante. Si bien los dos momentos están retratados de un modo netamente naturalista, da la impresión de que el almuerzo en la quinta de Acevedo tiene una factura ficticia, alejada del canon de puesta en escena que plantea el resto de la película. Nótese que el 95% del filme transcurre durante la noche, en interiores o escenarios derruidos, sucios, iluminados por luz artificial de un amarillo mugroso –algo que el director Santiago Mitre destacó como un toque intencional en varias entrevistas. El asado en la quinta está alejado de todo ello. Se trata de un almuerzo donde predomina la luz solar y el verde del pasto y las hojas de los árboles. El asado en la casa de Valeria, en Avellaneda, no sólo se da de noche y con una iluminación de tungsteno en clave baja, sino que el lugar destaca por su abandono, con los ladrillos de las paredes picados y las baldosas del piso rotas.

Aún más, los diálogos entablados entre los personajes tienen algo de característico. En los dos momentos predomina un toque de comedia, con chistes entre los comensales. Y en ambas oportunidades, dicha actitud jocosa es entablada por los personajes más viejos en la escena –Hipólito en la quinta, Horacio en la casa de Avellaneda. Sin embargo, mientras que en la quinta de Acevedo los chistes rozan casi lo violento, con descalificaciones para con un conocido de Hipólito, en Avellaneda Horacio la emprende con Roque pero con un chiste totalmente inocente acerca de a quién le tocaba comprar la carne para el asado.

Son dos momentos similares a primera vista, pero muy diferentes en cuanto a puesta en escena, personajes y contenido. El asado en la quinta luce aislado del resto de la película en cuanto a la puesta en escena, pero muy cercano en cuanto a su contenido, haciendo posible una mayor asociación del mismo con la linealidad argumental del filme en su totalidad. La escena del asado en Avellaneda luce cercana en la puesta en escena pero extraña en cuanto al contenido –es extraño aún para Roque, que recibe un trato llamativamente cálido por parte de Horacio.

Es como si Mitre nos dijera que lo que se da en la quinta de Acevedo hace a la historia –de hecho, es un momento muy importante de la misma; véase por ejemplo el maravilloso plano de Roque y Acevedo caminando por el patio, emulando la famosa foto del pacto de Olivos– pero lleva en su seno una marca de extrañamiento y disociación que ‘contamina’ el desarrollo de la misma.

Considero a esta ‘anormalidad’ como fundamental para entender la globalidad de la película. En un primer momento veía a El Estudiante como una metáfora de la política argentina. Hoy, creo que es una película sobre la política universitaria que nos permite entender mucho mejor el funcionamiento de la política argentina en general. Porque El Estudiante nos retrotrae a un comienzo –de ahí su carácter ritual y mítico– extraño, distorsionado. Lo que se plantea no es una iniciación únicamente sino un rito iniciático que ya viene envenenado por la ambición de poder, la traición y la desconfianza hacia el prójimo. La política corrupta y sucia que los argentinos conocemos tan bien es pura consecuencia de esa génesis contaminada.

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